sábado, enero 31, 2009

Guzmán el Bueno y la maquinación de los tartufos

Publicado en el blog Atrabilioso el 3 de octubre de 2007

Alonso Pérez de Guzmán es un noble español de la Edad Media cuya fama perdura siete siglos después porque durante la defensa de Tarifa contra una coalición de enemigos fue conminado a entregar el castillo so pena de matar a su hijo, a lo que él respondió arrojándoles un cuchillo para que lo hicieran.

Esa terrible determinación con que responde al chantaje es lo que permite imponerse en las guerras, pues lo que busca el chantajista es algo que le interesa más que aquello que retiene. En el caso del "intercambio humanitario" no hay un padre de los secuestrados que pueda pagar o no pagar el precio que exigen los terroristas, pues lo que se pide es la vida de muchos miles de colombianos, que es lo que se entregaría permitiendo que los presos volvieran a masacrar gente y cediendo territorios para que la banda asesina recupere su poder de fuego.

Los parientes de los secuestrados son sencillamente representativos de los demás colombianos: se ponen de parte de los terroristas porque quien paga el precio "humanitario" del intercambio son otros. La insolidaridad es la principal causa de que esa atroz industria haya llegado tan lejos en Colombia, si hace treinta, veinte o diez años hubiera habido una gran firmeza en la condena del secuestro esas personas no habrían pasado ni un día en cautiverio.

Pero esa indolencia afecta a la mayoría de la gente y no tiene nada que ver con la abnegación y persistencia de los que anhelan el "intercambio" y la "paz". Estos devotos, basta con conocer su trayectoria, eran los mismos que promovieron hace diez años el Mandato Ciudadano por la Paz, en el que se exigía que el gobierno negociara políticamente con la banda de asesinos, y fueron los mismos que durante los años del gobierno del inefable Andrés Pastrana (el cual busca posicionarse como candidato del PDA en reemplazo de Leyva) insistieron sin cesar en la necesidad de premiar copiosamente a las FARC por sus proezas, al tiempo que la banda secuestraba y mataba cada vez con mayor decisión.

El papel de estos filántropos en la sociedad colombiana corresponde exactamente al de Tartufo, personaje de la famosa comedia de Molière: su inquietud por los secuestrados sólo es un recurso para cobrar esos secuestros de modo que el gobierno quede debilitado y las FARC se recuperen. Para eso no vacilan en utilizar la situación de vulnerabilidad de los parientes de las víctimas ni en explotarlas para promover los intereses de las FARC, como ocurre en Europa con el profesor Moncayo o con la familia de Ingrid Betancur y los grupos de ONG amigas de las guerrillas.

Pero la incapacidad de ver la obvia relación entre los promotores del "intercambio humanitario" y las guerrillas es sólo uno de los aspectos de esa distracción generalizada de los colombianos, cuya actitud en última instancia es la de quien pasa frente a una tienda en la que hay un saqueo: a nadie se le va a ocurrir tratar de impedirlo, el más juicioso sale corriendo pero la mayoría ve si hay ocasión de llevarse algo. Ante el secuestro, los colombianos se desentienden, salvo los que pueden sacar algún provecho de la negociación.

Pero esos interesados muestran a todas horas su afinidad con las guerrillas. En la última semana apareció un artículo de Daniel Samper deshaciéndose en elogios de Piedad Córdoba, modelo de personalidad política que trabaja por los ciudadanos. ¿Nadie la recuerda yendo al comienzo del Caguán a Washington con Amílcar Acosta y Jaime Dussán a pedir al gobierno de Clinton que no diera ayuda militar a Colombia? ¿Y declarando que la visita al Caguán le había cambiado la vida?

Hace muchos años que tengo una opinión nada grata sobre la mayoría de los secuestrados: ¿cuántos de ellos hicieron algo para impedir que en el país reinara el secuestro? Las víctimas del futuro pueden ser muchos cientos de miles, y no estaría de más preguntarles cómo es que no hacen nada para condenar el chantaje y poner en su sitio a los que cobran los secuestros, como hace el alcalde de Bogotá Luis Eduardo Garzón, que se ha gastado 860 millones de pesos del dinero de los bogotanos en la campaña por el "intercambio humanitario".

Nadie debe olvidarlo: el secuestro sólo es la primera parte del intercambio humanitario. Los raptores son tristes sicarios que sobreviven en medio de la miseria y hacen ese trabajo sucio ocasional y los que retienen a las víctimas son niños y rústicos. Quienes prosperan gracias al secuestro son los impulsores del intercambio humanitario.

jueves, enero 15, 2009

La disyuntiva

Publicado en el blog Desenlace sin fin el 27/10/2007

En una ocasión en que comentaba las elecciones chilenas en que salió elegida la señora Bachelet, Mario Vargas Llosa se sorprendía de la tranquilidad que se respiraba en el país, nadie temía que nada fuera a cambiar fatalmente fuera cual fuera el resultado de los comicios. La sorpresa del novelista venía de que cada elección en la mayoría de nuestros países es una apuesta casi de vida o muerte y no es imposible que se desate una catástrofe sangrienta como resultado del forcejeo de las facciones.

Las elecciones que se celebran este domingo en Colombia de nuevo ponen a la gente a escoger el camino de la catástrofe o el de la recuperación, y es muy probable que escoja el de la catástrofe, no tanto por perversidad o estupidez, sino por la indolencia de permitir que las minorías organizadas decidan por la mayoría.

Mientras que en numerosas regiones varias decenas de candidatos han sido asesinados o forzados a renunciar a su candidatura para favorecer a los candidatos del Polo Democrático o de algún sector del Partido Liberal que es útil a las FARC, en Bogotá (donde esas presiones son minoritarias y los cilindrazos tienden a ser más bien de varios millones de pesos dirigidos a los controladores de redes de “maquinaria”) aparece mejor situado en las encuestas un candidato apoyado por esos mismos beneficiados de la “lucha por la justicia social”.

Es decir, en Bogotá tiene grandes posibilidades de ocurrir que la gente premie con su voto a los que no piden a las FARC su desmovilización y ni siquiera les reprochan esos asesinatos recientes. Pero no importan los que votan por ese candidato, que en ningún caso llegarán a ser una cuarta parte de los que pueden votar, sino los abstencionistas y los que votan por candidatos sin esperanza, como si el resultado de su elección correspondiera a una transacción con su conciencia y los destinos de la ciudad importaran menos que el bienestar derivado de votar por idealismo.

La situación prueba algo que para muchos colombianos es difícil de digerir: que los problemas del país no tienen otro origen que los valores dominantes y que fenómenos como la guerrilla y el narcotráfico son verdaderamente representativos de la sociedad, en absoluto el fruto de circunstancias particulares en algunas regiones o de la oportunidad que genera la prohibición de las drogas. Puesta a escoger entre la estabilidad democrática y el ciclo caos-dictadura, la población colombiana, como la del resto de Sudamérica, más bien escogerá la segunda opción.

No está de más detenerse un poco a analizar al personaje que aspira a la alcaldía por esa facción. A diferencia de los demás líderes, descendientes de las familias bogotanas que se repartían los cargos de alto nivel ya en el siglo XIX, Samuel Moreno tiene algo de advenedizo, pues su pertenencia a la oligarquía le viene del golpe de Estado que dio su abuelo en 1953. Es claramente lo contrario de esos intelectuales que encandilan a la masa de lambones que conforman las clases altas capitalinas explotando el manual de retórica, es un individuo de rendimiento discreto que en cambio brilla por el evidente disfrute de los lujos que aspiran los demás a tener.

Característico de esa clase de magnates que heredan una serie de relaciones y la lealtad de algunas gentes que tuvieron acceso al poder o soñaron con tenerlo en otras épocas es su disponibilidad ideológica: es la clase de personas que conformaban el congreso que absolvió a Samper y que aun se destacaron defendiendo al cuestionado presidente financiado por el Cartel de Cali. En ese papel, Moreno encontraba amigos y apoyos para cimentar su carrera y asegurarse la copiosa renta que la sociedad colombiana asigna a los congresistas que conservan el puesto.

Es importante hacer hincapié en esas características porque la guerra sucia de los medios contra el personaje lleva a engaño a muchos. Él no es un activista revolucionario que crea en la necesidad de destruir el Estado de los opresores reaccionarios sino más bien un miembro de una familia de esa clase de opresores. Cuando hace unas declaraciones de legitimación de la guerrilla, aun de la que tomó la bandera del supuesto triunfo electoral de su abuelo en 1970, no manifiesta su punto de vista ideológico sino que recita la retórica que conviene a su carrera política en el denostado Congreso colombiano.

Se preguntaba sor Juana Inés de la Cruz en unos versos famosos “¿Y quién es más de culpar / aunque cualquiera mal haga, / la que peca por la paga / o el que paga por pecar?”. El señorito Moreno Rojas se muestra en esa entrevista legitimador de la lucha armada y aun de las dictaduras, pero ¡él peca por la excelente paga que tienen los congresistas en Colombia, amén de la infinidad de negocios a que tienen acceso! El problema es esa sociedad que tolera esas declaraciones, esos cientos de miles de bogotanos acomodados que efectivamente están siempre del lado de los dictadores como Fidel Castro (que era a quien aludía Samuel Moreno al hablar de dictadores).

Uno de los pretextos de la retórica comunista en Colombia es la rebelión contra la corrupción de las clases oligárquica. Este candidato consigue ser una síntesis de la mentira de esa retórica: es la corrupción de las clases oligárquicas la que produce esos sueños de despojo y atropello que se cristalizan en el proyecto comunista. La asociación de Samper con el Cartel de Cali no es menos grave que el apoyo que buscó en los comunistas y en los otros grupos de ex guerrilleros que ejercían en el Congreso de lobbistas de Santodomingo. Algún día se sabrá cuánto influyó todo eso en el ascenso de las FARC en esos años. Lo que significó para los colombianos humildes el despilfarro espantoso que significó mantener viajando a todos esos intelectuales por medio mundo ya se conoció en la miseria de los años de cambio de siglo.

Como si este revolucionario no tuviera suficiente con encarnar aquello que sus socios políticos dicen combatir, se da la circunstancia de que el movimiento que acaudilló su abuelo estaba formado en buena medida por ex militares y ex policías: ahora el nieto es candidato del partido que con el pretexto del DIH legitima tranquilamente que se asesine a militares y a policías. Y en aras de ocupar esos puestos formidables en que se hacen los grandes negocios, como los que según muchos bumangueses caracterizaron la gestión de su hermano en esa ciudad, ¡hasta viene a decir que el M-19 era parte de la Anapo! Pero se trataba de grupos de estudiantes comunistas de las universidades de elite que buscaban ser la vanguardia de un movimiento popular al que darían contenido con su programa guevarista.

La victoria de ese caballero se entenderá en el Secretariado de las FARC como una muestra de respaldo a su lucha, pues se trata del partido que exige la negociación de las leyes con la banda asesina con la complicidad tácita de TODOS los formadores de opinión de los grandes medios. Esa presión por la negociación, por el intercambio humanitario (en campañas por ese noble fin la administración Garzón se gastó cientos de millones), por el DIH y muchas otras nobles metas es la principal arma de guerra de las FARC, por eso el apoyo al PDA en su página web y en las regiones a través de la lucha armada (que es como se llama en la jerga de esas gentes a los asesinatos).

Ojalá que a los asesinados y secuestrados de los próximos años nadie les llegue a reprochar el haber permitido que la banda se recuperara y la guerra civil se reavivara. Pero también se podría pensar lo mismo de las víctimas adultas y educadas de varias décadas: su martirio tenía algo de vicio, muy pocos de ellos habían hecho algo para impedir que reinaran los carteles criminales, puede que ni siquiera un voto con sentido cívico.