martes, junio 30, 2015

España y los límites de la democracia

Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo en España anuncian el triunfo de los chavistas en las elecciones generales que se celebrarán por tarde en noviembre. Las listas más votadas en Madrid y Barcelona (los alcaldes son elegidos por el concejo, llamado ayuntamiento o consistorio municipal) corresponden a coaliciones controladas por Podemos, la sucursal del narcoimperio castrista (que ahora cuenta con el apoyo del PSOE, cuyos líderes declaraban antes de las elecciones que no se aliarían con ellos). En varias regiones en que gobernaba el PP tendrá que salir a pesar de haber sido la lista más votada, ya que la suma de diputados de Podemos y el PSOE, y a veces otros partidos, forma mayorías en los parlamentos regionales.

En número de votos, el PSOE queda en segundo lugar, pero sólo porque Podemos no presentó listas propias. En las elecciones generales de final de año, previsiblemente, obtendrá muchos más votos que el PSOE.

Los dos elementos que confluyen para permitir el ascenso de los chavistas son por una parte la crisis económica, que ha dejado secuelas terribles de pobreza y desempleo, y los incesantes escándalos de corrupción que afectan a los dos partidos que han gobernado el país en los últimos 33 años, lo que genera mucha rabia. Y por otra parte la inyección financiera del narcoimperio cubano, que convirtió dos importantes cadenas de televisión en un continuo publirreportaje de los franquiciados chavistas y a las redes sociales en un continuo hervidero de agitación antisistema (se descubrió que la mayoría de los tuits de un TT de Podemos procedían de Venezuela).

Las dos cadenas de televisión abiertas autorizadas hacia 1990 terminaron generando una especie de duopolio que controla las principales cadenas privadas de una oferta de decenas de canales. Los propietarios de ambos grupos son por una parte un consorcio de Berlusconi con el grupo Prisa, dueño de El País y, en Colombia, de Caracol Radio, y por la otra el grupo surgido de la editorial Planeta. Los canales por los que el dinero de los gobiernos sudamericanos llega a esos grupos empresariales son inagotables, además de las relaciones que puedan tener: no hay que olvidar que Planeta sirvió de testaferro a los Santos antes de Luis Carlos Sarmiento, cuando se hizo necesario ocultar el dominio de la familia del futuro presidente en el periódico. El caso cierto es que cualquiera que haya visto los programas de La Sexta y Cuatro sabe que se han dedicado durante muchos meses a la propaganda incesante de Podemos.

Los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 y la hábil explotación de su efecto que hicieron los socialistas en los días previos a la elección determinaron el triunfo de Rodríguez Zapatero tres días después (todas las encuestas daban ganador al PP, que intentó culpar a ETA para que no se relacionaran los atentados con su apoyo a la intervención estadounidense en Irak). El gobierno de Zapatero fue el preludio del ascenso totalitario en España, con campañas de odio y el manifiesto interés en demonizar al PP como heredero del franquismo. En realidad el mismo juego de Chávez de dividir a la sociedad y perseguir a los adversarios sin cesar. Lo mismo que hace Santos aunque sin los excesos criminales del tartamudo siniestro.

La economía española había experimentado una notable recuperación durante los dos gobiernos de Aznar (1996-2004) y siguió creciendo animada por la expansión mundial hasta 2007. Pero al estallar la crisis la situación se fue haciendo cada vez más complicada y Zapatero lo ocultó todo lo que pudo para poder ganar las elecciones de 2008, lo cual agravó la situación, a tal punto que un día tuvo que decretar una reducción del 5% del sueldo de los funcionarios. El elemento principal del crecimiento había sido la industria de la construcción, que al implosionar dejó cientos de miles de desempleados y otro tanto de personas que no podían hacer frente a la hipoteca, lo que produjo numerosos desahucios ya en el gobierno de Zapatero.

En noviembre de 2011 el PP obtuvo mayoría absoluta en el parlamento, unos meses antes había conquistado numerosas alcaldías y gobiernos regionales. La crisis continuó y su política se centró en la reducción de los gastos y la flexibización laboral, lo que impidió que hubiera que pedir el rescate a Europa y ha permitido a partir de 2013 una recuperación que parecía cada vez más sólida (hasta las elecciones, a partir de ahora las inversiones huirán, como ha ocurrido en Grecia).

El incesante bombardeo de propaganda chavista culpa de la crisis a la corrupción, y de la corrupción al gobierno del PP en un ejercicio de engaño muy curioso que se basa en la incapacidad de la gente de entender de economía, administración pública y demás. El gobierno que saca al país de la crisis resulta ser el que la causa porque la gente ignorante supone que volver a la situación de 2007 es cuestión de ser generosos y buenas personas y gastar dinero en cosas que la favorezcan.

De repente afloran por todas partes los indignados segurísimos de saber qué habría que hacer contra la crisis y de que todo es obra de los "corruptos" del PP. Incluso los del PSOE, cuyos latrocinios en Andalucía son mucho mayores que toda la corrupción que ha podido haber en el PP, se suman a esa retórica.

Es muy difícil entender de qué modo se articula la voluntad de una sociedad formada por muchos millones de individuos heterogéneos. La democracia es irrenunciable porque todos deben tener derecho a decidir quiénes los gobiernan, pero en la medida en que existe el Estado y éste obedece al partido más votado, siempre se tiende al uso de los recursos públicos en favor del partido de gobierno. En Colombia es clarísima esa relación y nadie la puede negar, por ejemplo pensando en la inversión estatal en publicidad en medios que calumnian, insultan y amenazan sin cesar a la oposición. En otras partes, determinados grupos de interés pueden usar esos medios para generar opiniones que conduzcan al ascenso de sus representantes mediante el engaño a los ciudadanos. Es lo que han hecho los regímenes del Foro de Sao Paulo, Irán y Rusia en España con Podemos.

Ortega decía que la política y el amor eran los temas más complejos y que sin embargo era de ellos de los que todo el mundo se sentía autorizado a hablar. Los millones de "enterados" venezolanos que eligieron a Chávez en 1998 y lo reeligieron otras veces partían de la misma ceguera, por ejemplo sobre las fluctuaciones del precio del crudo, y a partir de esos sobreentendidos estúpidos "compraron" el mito que les vendían los agentes cubanos en medios que recibían dinero de la cocaína de las FARC. Ahora le toca el turno a España: la venganza contra el PP conllevará también la ruina general, pero la mayoría no entenderá la causa, como cuando Hitler culpaba a los judíos de la crisis o como cuando Maduro acusa a la "guerra económica" de la creciente miseria de su país. De hecho, la misma inversión de capital es algo que la mayoría desprecia. Baste ver este tuit de un activista de Podemos: 

(Publicado en el blog País Bizarro el 29 de mayo de 2015.)

martes, junio 23, 2015

Arte del fracaso


Pensando en lo que los hispanoamericanos entienden por "moral" se me han ocurrido dos definiciones un poco maliciosas. Una: "lo que les falta a los demás", la otra es "antagonista del placer" (como la canción de Joaquín Sabina: "Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda").

Esa noción que espontáneamente expresa cualquiera dice mucho de la mentalidad de la región y de las causas de sus dificultades y limitaciones. Alrededor de lo que se considera "moral" se encuentran las claves del destino hispano.

Me ha llamado mucho la atención que todo el mundo les reprocha a los medios de comunicación su interés por la audiencia y por los resultados económicos que ésta genera. "Sólo les interesa vender más periódicos", es la frase típica.

Lo primero es la deducción de que publicando mentiras venden más periódicos. La suposición de que el mundo (por definición) está en  manos de gente perversa con intereses mezquinos. ¿Cómo es que la gente quiere que le cuenten mentiras? Bueno, el "crítico" resulta más inteligente que los demás, por lo que no se deja engañar. Es decir, su queja es un halago a sí mismo.

Por cada persona que cree lo que dice la prensa hay mil avispados que "saben" que son mentiras para vender más periódicos, pero ninguno de ellos se imagina que son mayoría (ya es norma que si uno se pone a hablar con desconocidos siempre va a aparecer alguno que habla del automóvil que no necesita gasolina y que las petroleras no dejan fabricar).

Termina habiendo sólo dos posibilidades: o el periodista gana dinero o dice la verdad. No es concebible que alguien pretenda hacer ambas cosas. El que va a decir la verdad debe renunciar a las cosas de este mundo; claro que ninguno de los que "razonan" así renuncia a nada, pero es porque ellos no son periodistas ni políticos (éstos sólo buscan votos).

El resultado de que las sociedades hispanas sean así es que una empresa periodística que pretendiera lo que las empresas periodísticas en el resto del mundo (prosperar gracias al prestigio adquirido diciendo la verdad) siempre fracasará, dado que la prueba de su disposición a decir la verdad es el fracaso económico. Eso sin duda tiene relación con que en comparación con otras regiones del planeta los medios hispanos sean los más mentirosos. En Colombia hoy en día, pura propaganda del sátrapa y de sus mejores amigos venezolanos. No es concebible que un negocio rentable ande diciendo la verdad.

Y lo mismo ocurre con los políticos, que no pueden pretender administrar bien el Estado ni representar honradamente los intereses de sus votantes. ¡Sólo lo harían aquellos que renunciaran a todo por sus ideales! Si el Che Guevara hubiera conseguido "crear dos, tres, muchos Vietnam" en Sudamérica, la inmensa mayoría de la gente lo lamentaría, pero como fracasó y murió quedó claro que no obraba por codicia sino por sus ideales y por eso resulta admirable. En realidad no fracasó: como decía Chávez, "las FARC y el ELN no son ningunos cuerpos terroristas, son verdaderos ejércitos" que aplican los ideales del Che Guevara.

El gran problema de los colombianos es que no pueden conciliar el aprecio que tienen por los ideales con el éxito de esos ideales. No odian a las FARC y el ELN porque encarnen los ideales del Che Guevara, sino porque creen que carecen de ideales y cayeron en la codicia de la cocaína. Los soldados que mataban antes estaban más justificados porque su asesinato obedecía a ideales.

En general, para la mentalidad hispánica dominante el éxito es algo que se puede esgrimir como acusación contra alguien: si fuera una persona con "moral" fracasaría y sería solidaria con los demás agraviados. Eso se detecta en cualquier campo: nadie puede librarse de elegir entre la moral y el éxito.

Prestando un poco de atención, hay tras la envidia un rencor que corresponde a sueños contrariados: en el caso del enemigo de la corrupción, la ilusión del dinero fácil con alguna jugada astuta y la rabia porque otro sí lo consigue. No hace falta que el otro se robe nada, basta con que tenga un cargo importante y a veces con que use corbata. Los miles de enemigos de Andrés Felipe Arias son un ejemplo: el ex ministro no se robó nada, todos los que lo persiguen gratuitamente sí lo habrían hecho, pero dado que no han llegado a nada en la vida, les queda una notoria ventaja moral. 

Lo mismo con el "homofóbico", casi siempre una persona muy sensual que tiembla ante la idea de la sodomía pero no se la puede quitar de la cabeza. Necesita proclamar su odio y desprecio por los homosexuales buscando en la exhibición de su moralidad una compensación por la privación a que se somete.

El examen de esas certezas comunes da para mucho. Tras la "moralidad" que condena la codicia está el esfuerzo desesperado de personas favorecidas por estructuras sociales jerárquicas ante la competencia. El comerciante próspero (o el finquero paisa, o el ganadero) es abominable porque desplaza al parásito que antes sólo necesitaba pertenecer a una casta poderosa. Dado que el segundo no trabaja ni produce nada, su compensación es su superioridad moral.

Esas opiniones y normas que definen la "moral" son construcciones que permiten a la gente adaptar sus viejas costumbres y anhelos a la siempre cambiante realidad.

Si alguien de otras épocas resucitara vería fascinado a los hispanoamericanos como unas gentes condenadas al fracaso: sus aportes a las ciencias, a la industria, a las artes y a todo lo que honra a la humanidad se aproximan a cero. pero eso no les preocupa en absoluto, toda vez que unánimemente se sienten agraviados por los que sí inventan y producen, y esa insignificancia les parece un motivo de orgullo porque certifica su superioridad moral.

Y lo gracioso es que en cierto modo esa forma de pensar hegemónica resulta muy valiosa: el que quiera hacer algo de su vida sólo tiene que aprender a mirar esa mentalidad con absoluto desprecio, aprender que cualquier complacencia con ella o con quienes la profesan es como una recaída en un vicio disolvente.

(Publicado en el blog País Bizarro el 22 de mayo de 2015.)

miércoles, junio 17, 2015

Propaganda estrato 6

El Malpensante
Colombia no se puede resumir en una definición de epítetos negativos: país atrasado, pobre, violento, corrupto, primitivo, bárbaro, desordenado... Esos adjetivos ya son tautológicos, pero se podrían aplicar a toda Sudamérica y quedaría faltando lo específico, un tipo de corrupción especial, más brutal y profunda. La causa de eso es el aislamiento, que permitió que se congelara la sociedad del Barroco con la mentalidad del castellano viejo reforzada en sus peores inclinaciones por las condiciones de esclavitud que favorecían a los miembros de la etnia invasora.

Con respecto a las metrópolis europeas, toda la América española y portuguesa era ya en el siglo XVII periferia remota, provincia en el peor sentido. Nada ha cambiado desde entonces salvo la multiplicación extraordinaria de la población (con respecto a la época de la independencia, y sin recibir inmigración, la población de la Nueva Granada se ha multiplicado por 70, y en muy pocos países europeos se habrá multiplicado por 7).

Pero el peso de esas sociedades populosas en el conjunto de la cultura planetaria es el mismo que en el siglo XVII. Sólo en Bogotá hay más de un millón de personas con título universitario, cientos de veces los que habría en Europa en ese siglo, pero nadie recuerda ningún aporte significativo y evaluable al conocimiento. Sencillamente se produce una recreación de la humanidad como en una farsa del guiñol: hay orquestas, periódicos, parlamentos, etc. pero nunca ninguna orquesta del país ha hecho una representación reconocida ni se puede abrir un periódico sin sentir asco ante la cantidad espantosa de mentiras que publican, y la mayoría de los parlamentarios recuerdan a los miembros de la mafia siciliana (bueno, podrían ser más toscos, pero eso es irrelevante).

Se genera entonces eso tan típico de la provincia que es el esnobismo: el afán desesperado de los favorecidos por el orden social imperante de adornarse para parecer grandes señores, intelectuales, artistas y demás. Dado que el país no exporta casi nada aparte de lo que extrae del suelo y de gente que hace los peores trabajos en otros países, y que los grandes méritos de sus próceres no son reconocidos por nadie fuera del país, los señoritos recrean el mundo de modo que ellos resulten grandes príncipes, como esos mafiosos que crearon un club social gemelo de aquel en el que no los dejaron inscribirse.

La revista El Malpensante es un ejemplo extremo de ese esnobismo: es la oferta para un público de ignorantes y mediocres de textos que los hacen creer que la vida en las regiones plenamente humanizadas es como en Colombia y que ellos, esos lamentables lambones y pícaros, son como los protagonistas de una bohemia refinada o como pensadores informados que comentan la vida de las ideas. Es el proyecto de un dandi del triste trópico, ya envejecido, y dicen que es simplemente la copia de The New Yorker, con su oferta de desenfado y humor "elegante", como Soho pero un poco más pretenciosa. (Acerca de la forma de hacer esas revistas, vale la pena conocer este blog.)

Lo que expresa esa revista es el alto poder adquisitivo de la casta sacerdotal, de los cientos de miles de vividores que dan clases en universidades (en las que se gasta el dinero que se niega a tanta gente que pasa hambre, que nunca encuentra un empleo, que no tiene atención sanitaria, etc.) o ejercen de literatos, cineastas, comisarios de exposiciones, periodistas, etc. De esa condición de su público viene su orientación política. Uno de los columnistas habituales es Francisco Gutiérrez Sanín, un profesor de la Universidad Nacional que compite con otros en representar a las bandas terroristas y que sin duda ocupará un ministerio cuando la banda pueda nombrarlos directamente.

La paz
Me llamó la atención un escrito que apareció en esa revista reivindicando la paz. Después me enteré de que su autor, Hermando Gómez Buendía, es ahora columnista de El Malpensante.

Negociar en medio de la guerra 
Pensar que es posible llevar a cabo un diálogo de paz como si no existiese una guerra que lo justificara es la raíz del principal cuestionamiento a los encuentro en La Habana. ¿Tienen sentido objeciones de esta naturaleza?
Antes de que lo echaran de Semana por publicar (y cobrar) dos veces la misma columna, Gómez Buendía era uno de los proveedores oficiales de falacias soft, dirigidas a gente cuyas pretensiones sociales le impedían ponerse abiertamente de parte de los terroristas. Por entonces describía la actividad de las FARC y el ELN como "guerra contra la sociedad". Después creó un think tank que es más o menos abiertamente una agencia de propaganda de las FARC (claro que habrá quien lo dude o lo niegue, ¿cuánta gente manifiesta que el Partido Comunista y las FARC son lo mismo?). Ahora explota sus artes retóricas para vender legitimaciones de la paz en la revista de los señoritos.

La entradilla del artículo fuerza otra digresión, esta vez sobre la prosa. ¿Qué es lo que dice? La "cultura" de los colombianos consiste en ese esfuerzo por construir galimatías con los que se "descresta" a la clase de gente que lee esa revista, que se siente muy refinada consumiendo esas cosas y poniendo cara de que las entiende. Por eso prosperan escritores como William Ospina, o como Moreno Durán o Cruz Kronfly y muchísimos otros. ¿Qué es lo que dice?

Descomponiendo la frase sale lo siguiente: la raíz del principal cuestionamiento a los encuentros en La Habana es pensar que es posible llevar a cabo un diálogo de paz como si no existiese una guerra que lo justificara. O sea, se cuestionan los diálogos porque se piensa que es posible el diálogo como si no existiera una guerra. Usted piensa que es posible el diálogo como si no existiese una guerra y por eso cuestiona los diálogos. ¿No es lo que dice?

Sólo se trata de ponerle "clase" a la cosa para que el imbécil de familia rica que lee eso y que a menudo tiene algún máster en el exterior, sienta que corresponde a las cosas de su estrato. Cuanto más absurda sea la frase más dulce es la floritura para el consumidor. Lo que les parece clarísimo, porque no hay nada que sea difícil entender sino un galimatías forzado por genialidades como reemplazar "encuentros en La Habana" por "diálogos de paz", es que hay una guerra y por eso tiene que haber diálogos de paz. ¿Tiene sentido cuestionar que hay una guerra?

Luego es el mismo cuento de toda la propaganda oficial y terrorista (valga la redundancia), la idea de que hay una guerra y por eso es urgente buscar la paz. Pero ¿en dónde no hay una guerra contra el crimen? La sociedad humana se basa en la persistencia de la guerra contra el crimen, que sólo deja de presentarse cuando triunfa el crimen y convierte su dominio en "ley", que es el sentido de la "paz" de La Habana. El galimatías sólo oculta la viejísima falacia de igualar al asesino con el agente de la ley y convertir el atraco en riña, toda vez que las bandas terroristas son la universidad en armas y su sentido es defender un orden social cuyos beneficiarios son los lectores de esa revista, que necesitan adornar la iniquidad de su parasitismo monstruoso con palabrería de ese estilo. Son los criminales y las esposas y concubinas de los criminales, pero no van a llamarse así.

Luego, aparte del afán de enredar, ¿por qué no dice "hay una guerra y eso no se puede discutir y por eso hay que sentarse a negociar"? Porque el aleteo pretencioso le impide al lector pensar en si tiene sentido decir que haya una guerra (contra la sociedad) y como no se entiende la cuestión polémica se deja pasar.
El médico le informa a su paciente que necesita someterse a una dolorosa operación, y el paciente responde que lo hará con una sola condición: que esté curado antes de operarse. Así de irracional –o de infantil, o de humano, simplemente– fue el (principal) argumento que le dio a Zuluaga los casi siete millones de votos con los cuales por poco derrota a Santos.
Alguien ve el ejemplo del éxito de los comunistas rusos y se ilusiona con la nueva corriente de organización social justa que él va a dirigir (alguien que nació para dirigir, se entiende), y gracias a la cual tendrá poder sin someterse al escrutinio de los demás sino alegando razones para imponerse por la fuerza, y a partir de ahí organiza bandas que cometen todas las atrocidades imaginables. Después viene el hermano menor de un compañero que pertenece a una familia presidencial y busca el éxito de esa labor ejerciendo de médico, como el atracador del paquete chileno se presenta como policía, y ¡hay quien pretende que no se premie a los que han hecho eso! ¿Cómo puede ocurrir algo así?

Porque el cuento es el sobreentendido de que hay que negociar con unos terroristas que en 2010 sólo existían como organización armada en las selvas que hacían frontera con Venezuela y Ecuador. El cuento de Zuluaga es ciertamente falaz, y ya he explicado muchas veces en este blog la absoluta inanidad del uribismo: no se le puede pedir al atracador que tiene el cuchillo en el cuello del niño que se entregue para negociar después el rescate. Sencillamente no se debe negociar con el atracador sino inmovilizarlo cuando sea posible. El sobreentendido de Gómez Buendía es que los terroristas son distintos de un atracador y que se puede desistir de la ley. Lo que hizo perder a Zuluaga fue que tomó parte en ese engaño, dado que a los uribistas les parece en su vulgaridad infinita que el mayor peligro es que los tachen de "enemigos de la paz".
La mayoría de la gente no comprende y se indigna porque las Farc siguen secuestrando niños y matando policías mientras sus delegados hablan de paz en La Habana. Por eso Óscar Iván Zuluaga y Marta Lucía Ramírez suscribieron su famoso “Compromiso por Colombia”, donde exigían, para seguir negociando, que la guerrilla dejara de reclutar niños, de sembrar minas antipersonales, atacar la infraestructura, secuestrar, extorsionar, traficar con narcóticos y, en general, terminara con sus crímenes de guerra y sus ataques contra la población civil.
El sobreentendido de este párrafo es que los crímenes atroces son la guerra, que se debe remediar negociando para que cese. ¿En qué se diferencia esa actitud de la de quien llama por teléfono a la familia de un niño secuestrado? En el galimatías, el airecillo profesoral que produce bienestar entre el público, que además agradece la buena intención de remediar el problema como si el secuestro no se produjera para esa transacción, como si el objetivo de los crímenes de las FARC no fuera llegar a la negociación que Gómez Buendía promueve.
Pero este, exactamente, es el mal que se trata de curar, la enfermedad que necesita de aquella cirugía: el propósito de las negociaciones de La Habana es poner fin a las acciones violentas e ilegales de las Farc. Nada más. Y nada menos. El ideal por supuesto sería estar curado antes de operarse, hacer que la violencia se acabara antes de sentarse a negociar. Pero –por las razones que sean– el Estado colombiano no fue capaz de acabar con la violencia, así que no nos queda literalmente más remedio que la negociación.
El Estado colombiano sí fue capaz de reducir drásticamente la violencia, y nadie puede pretender que "acabe" con ella porque ningún Estado nunca lo ha conseguido. La suposición de que Santos buscó negociar con las FARC porque el Estado no podría derrotarlas es una mentira criminal que no resiste el menor análisis. No se trata de acabar con la violencia sino de instaurar un régimen en el que domina el clan de Santos en alianza con los terroristas. El remedio de aplicar la ley produjo resultados fascinantes durante los gobiernos de Uribe, mientras que la negociación sólo ha traído la multiplicación de los crímenes. Lo que pasa es que, insisto, la épica del bochinche, acompañada de la orgía de asesinatos de las bandas comunistas les aseguró rentas fabulosas a los que la practicaban (el gasto público se multiplicó por 19 en una década después de 1991, al tiempo que la desigualdad aumentaba diez puntos). Los hijos de los "tirapiedra" de los años setenta y ochenta son los lectores de El Malpensante, ansiosos de darse lustre cómodo y jovial y obviamente leales a la "causa" que les provee su inverosímil bienestar (un profesor universitario colombiano se gana el sueldo de unas quince personas, cosa que no pasa en ninguna otra parte, y eso por no hablar de lo que saben y enseñan esos profesores).
La falacia de Zuluaga y de Ramírez es fruto de las grandes distorsiones que a lo largo de décadas y décadas han venido machacando los dos bandos –y que refuerzan los medios de mayor circulación– acerca del origen, naturaleza, alcances y soluciones de nuestro trágico “conflicto armado”. En este caso la falacia comienza por no entender que las Farc existen porque ejercen la violencia, es decir, que si dejan de atacar pierden toda su importancia, desaparecen del panorama político: ¿o a quién le importaría un montón de campesinos uniformados pero inofensivos en las selvas y regiones más remotas de Colombia?
¿Se entiende? Las FARC existen porque ejercen la violencia, luego quienes no ejercen la violencia deben permitirles hacer lo suyo mientras se resuelve el problema como la gente civilizada, negociando.
Y esa violencia consiste sobre todo en aquellas acciones criminales o contrarias al derecho de guerra (y al derecho internacional humanitario) que enumera el “Compromiso por Colombia” –y que a todos nos llenan de fundada indignación–. Esta guerra no tiene nada de heroico por parte de los supuestos “combatientes”: entre 1958 y 2012 murieron 220.000 colombianos por causa directa del “conflicto armado”, pero 196.000 (el 89%) de ellos eran civiles; no tenemos dos ejércitos en guerra, sino una guerra cobarde contra los civiles. La mayoría de los actos de las Farc que con razón les merecen tal repudio ciudadano han sido desde siempre –y no apenas ahora– inaceptables, con diálogo o sin diálogo, con o sin exigencias del gobierno de turno. Pero esta es la terrible enfermedad que se trata de curar.
"Escuche a su niño cómo llora, no se permita esa crueldad de aferrarse a la plata cuando basta una firmita suya y vuelve la familia a estar feliz". ¿Alguien recuerda alguna vez en el mundo en que se cure el crimen premiándolo? Es obvio que cuanto más se premie más se cometerá y la causa de que los terroristas cometan sus crímenes es la promesa del premio, como explicamos en este video.



Eso por no hablar de que el resultado de la negociación es simplemente que los comunistas adquieren poder. Pero los comunistas en el poder siempre han matado a sus contradictores, y las purgas recientes de Kim Joing-un no son excentricidades de un tirano adolescente sino lo que ha ocurrido en todos los regímenes comunistas. Los crímenes de las FARC hasta ahora son muchísimos menos que los que cometerán después de alcanzar el poder, cosa de la que son responsables todos los que quieren que se los premie, incluidos obviamente los uribistas.
A la gente tampoco le explicaron que sentarse a negociar sin condiciones es el mayor acierto del proceso de La Habana y es el secreto de su muy probable éxito. Tanto así que este ha sido el primero o el único intento de negociar la paz en serio entre el gobierno y las Farc en cincuenta años: los dos intentos anteriores (el de Betancur en los ochenta y el del Caguán bajo Pastrana) fracasaron precisamente porque dependían de condiciones explícitas o implícitas (treguas, zonas desmilitarizadas, no secuestrar congresistas, no ejecutar actos terroristas a gran escala...), cuya ruptura tenía que dar al traste con la negociación.
Este párrafo sí dice la verdad: el probable éxito de las negociaciones de La Habana se basa en que se permite a las FARC multiplicar sus acciones criminales: la cocaína les da recursos para comprar generales (es impresionante el descaro con que muchos cobran el genocidio) y la tropa terrorista se multiplica y se hace presente en todas partes, al tiempo que la agitación de Robledo le genera una base social que las legitima (con ayuda de los uribistas, que no ven problema en hacerse los distraídos con las barbaridades proteccionistas en que se basa la propaganda del senador maoísta). El probable éxito del proceso de La Habana consiste simplemente en el triunfo total de los terroristas gracias a que después de reconocerlos se legalizan sus crímenes. De ahí jugadas como el intento de incluir al ELN en la negociación o la exigencia de liberación de Ricardo Palmera, gracias a las cuales la negociación se dilata. Es cuestión de tiempo que la crisis económica permita a Robledo y el Polo generar una situación revolucionaria que favorezca la entrega total del Estado.
No explicaron que ambos bandos pueden usar y usan esas condiciones para fortalecerse (rearme, inteligencia militar, propaganda política...) y que por tanto a cada uno le interesa decir que el otro bando está incumpliendo alguna condición. No explicaron que cualquier “fuerza oscura” –o cualquier “disidente”– puede poner una bomba o secuestrar a un personaje para hacer estallar el proceso. Más sencillo: no explicaron que para exigir condiciones hay que tener el modo de vigilar su cumplimiento, y esto supone un árbitro imparcial: en este caso un cuerpo de la ONU (¿de la OEA?, ¿de Unasur?), que no vendría a Colombia por múltiples razones, que tardaría años en pactarse y que además no podría vigilar un territorio tan irregular o una guerra con tantas “fuerzas oscuras”.
¿Cuáles son esos bandos? El Estado colombiano es un apéndice de las FARC y el que lo dude puede prestar atención a la actuación del fiscal, a las sentencias de las cortes, a las actuaciones del ejecutivo y el legislativo favoreciendo la producción de cocaína, a la ideología de los sindicatos de funcionarios, al gasto público en adoctrinamiento de asesinos, etc. Los bandos son los que habría en un atraco, de esos tan típicos de Colombia en que los policías son parte de la banda que lo comete.
Ni, por último, explicaron que los pactos implican compromisos de ambos lados, y que las Farc en este caso tienen, desde siempre han tenido, sus propias exigencias. Reviviendo la propuesta de Bolívar a Morillo en 1820 –pues para algo son “bolivarianas”–, ellas hablan de “regularización” (en vez de “humanización”) del conflicto, y aquí incluyen las ejecuciones sumarias, las desapariciones, los falsos positivos, los bombardeos en zonas habitadas, el sitio de poblados, los “presos de conciencia”, el “terrorismo de Estado” y otros actos igualmente contrarios al derecho de guerra según esa otra lectura (existente aunque ignorada por los medios y por toda o casi toda “la opinión”) que las guerrillas tienen acerca del conflicto colombiano.
¿Afirma Gómez Buendía que todos esos crímenes que atribuye al otro equipo son ciertos? Sólo señala que son una "lectura" que tienen las guerrillas. Y el sentido es éste: una vez que el atracador tiene un conflicto con su víctima que se tienen que resolver cuando ésta le entregue el sobre de su sueldo, en aras del derecho a la vida que correría peligro, TAMBIÉN lo que dice el atracador es una verdad negociable. ¿Cuáles son los actos "contrarios al derecho de guerra"? Lo que se sabe sobre los juicios a militares y policías remite a una iniquidad infinita. Las sentencias de los jueces son tan perversas que los que mandan niños bomba y el mismo Gómez Buendía que cobra esos hechos resultan casi decentes. El que quiera conocer un caso de esos debería ver este video sobre el de Plazas Vega.



Lo que queda claro es que con sus habituales rodeos retóricos Gómez Buendía sale a legitimar la propaganda terrorista como si no fuera parte del crimen, como si no fuera mentira.
El presidente Santos casi pierde las elecciones porque no pudo –o no quiso– explicar por qué las Farc siguen delinquiendo mientras conversa con ellas en La Habana. Y esta es apenas una de las preguntas-objeciones (de hecho, una de las más fáciles de absolver) que tienen los colombianos –o digamos, “la opinión” y los medios influyentes– sobre el proceso de paz que está avanzando: ¿por qué no acabar de derrotar a las guerrillas hasta hacerlas “someter a la justicia”, como repite Uribe con su coro?, ¿por qué negociar las reformas con “esos bandidos”?, ¿por qué creer que cumplirán los compromisos que se pacten?, ¿hay acuerdos secretos en La Habana?, ¿se está entregando el país al “castro-chavismo”?, ¿vamos a perdonar así no más los secuestros y los demás horrores en estos muchos años de actuación guerrillera?, ¿aceptaremos que las Farc ni siquiera reconozcan sus horrores?, ¿castigaremos en cambio a los militares y policías que estaban defendiéndonos?, ¿veremos algún día a “Timochenko” sentado en el Congreso?, ¿será que después del acuerdo con las Farc (y el ELN) se acaba realmente la violencia?
Santos ganó las elecciones porque no hubo quien denunciara la paz como una componenda criminal, a tal punto que el uribista Sergio Araujo aseguraba que la negociación seguiría igual si Zuluaga hubiera ganado, mientras que el candidato hacía promesas "para consolidar la paz" (claro que hubo fraude y manipulación, pero no sería serio decir que un tercio del censo electoral votó por Zuluaga). Pero ¿las habría ganado por un margen mayor si hubiera explicado las "ventajas" de quedarse años dialogando mientras los terroristas multiplican sus crímenes? Es lo que la clase de gente que lee El Malpensante está dispuesta a creer. Me cuesta imaginar algo más absurdo. 
Debido en gran medida a que no pudo o no quiso explicar la negociación sin condiciones, el presidente-candidato se jugó a fondo con la promesa de que “el pueblo tendrá la última palabra”, es decir, que no habrá acuerdo mientras no sea ratificado por el voto popular. Con semejantes preguntas-objeciones, es bien probable que el pueblo colombiano vote “no” a la consulta o referendo, y quedemos en nada (o más exactamente, en bajo nada).
Por eso mismo en estos meses necesitamos un esfuerzo enorme de sinceramiento y de pedagogía para curarnos de esta enfermedad. Quién puede hacerlo y cómo debe hacerlo son las preguntas-respuesta que tenemos que plantearnos con premura los amigos de la paz.
¿Cuál es la "enfermedad"? ¿La de pensar que no se debe premiar el crimen ni someterse a los asesinos? Pero mejor, ¿cuál es la pedagogía que remedia esa enfermedad? La única respuesta que se me ocurre es ésta: el terror. Los colombianos aplauden algo tan monstruoso como la paz de Santos porque tienen miedo de que los hagan volar con una bomba y porque son serviles e indolentes. Si siguen renuentes a dejar que los asesinos dominen, aunque ya el triunfo de Petro en Bogotá en 2011 dejó ver otra cosa, lo único que los podría persuadir sería una buena orgía de crímenes. Yo no podría demostrar que es lo que Gómez Buendía propone, pero ¿alguien se imagina en qué consistirá esa pedagogía?

(Publicado en el blog País Bizarro el 16 de mayo de 2015.)

jueves, junio 11, 2015

Un mundo peligroso

El liderazgo mundial
Cuando se oye hablar de "Tercer Mundo" inmediatamente se piensa en "pobreza", "atraso", "subdesarrollo", etc. Mucho más sensato sería hablar de descontento: el Tercer Mundo es el conjunto de países cuyas poblaciones odian a las naciones que lideran el planeta desde la época del Renacimiento. A ese componente moral hay que añadirle la esterilidad cultural y científica, el desorden, el atropello y la violación de los derechos humanos, cosas que son el simple efecto del fenómeno descrito arriba y cuyo origen es la resistencia a la asimilación por parte de los favorecidos por el orden jerárquico previo a la modernidad.

Se podría decir que siendo ese orden, en sus diversas variantes, pura dominación, las mayorías deberían aborrecerlo y desear integrarse en el mundo moderno. Pero esa idea contiene en sí la superstición creacionista: presupone unas criaturas enteras a las que sólo les hace faltan las instituciones buenas y no comprende que la dominación es el componente nuclear de su cultura y de su idiosincrasia. Por eso en las naciones de ese origen todas las rebeliones de agraviados conducen sin remedio a nuevas tiranías y a nuevas anarquías, como se ha podido comprobar en las últimas décadas tanto en Irak como en Venezuela, por mencionar sólo dos casos ¡sangrantes! (la vieja Mesopotamia tuvo un rey como el jordano o el saudí que pronto fue derrocado por una rebelión que entronizó a un dictador procomunista, contra el que se rebeló el fascista Sadam Husein, tras cuya caída se impusieron los chiítas sumisos a Irán y tan funestos como sus predecesores).

Pero ese liderazgo mundial ligado en su origen a la Europa cristiana y después al Imperio británico y sus aliados americanos, contra el que se define la miscelánea constelación del llamado Tercer Mundo, es el referente único de la civilización: tanto en las instituciones democráticas como en el respeto riguroso de la ley y de los derechos humanos, aventaja rotundamente a las demás naciones, y de ahí también en el peso de su economía y en su poderío militar y tecnológico. Las naciones del Lejano Oriente que comparten ese modo de vida lo hacen sobre todo por asimilación, si bien sus tradiciones y su madurez la favorecen. Lo mismo se podría decir de las naciones europeas ricas, aunque en todo el continente hay poderosas corrientes tercermundistas (más débiles en los países que han sufrido el comunismo tras formar parte del mundo desarrollado en los siglos precedentes).

Tras el colapso del Imperio soviético pareció que ese liderazgo se afianzaba y que la resistencia a la democracia liberal y a los derechos humanos era minoritaria y en cierta medida ilegítima. Craso error: ocurrió lo contrario. En los países musulmanes prosperó la radicalización contra Occidente y el sueño de reimplantar la ley islámica del siglo VII mientras que en Sudamérica el régimen cubano consiguió apropiarse de las reservas petrolíferas venezolanas (después de obtener grandes recursos gracias a las industrias extorsivas y de tráfico de drogas en Colombia, aliado con los clanes oligárquicos y las mafias judiciales) y a partir de ahí crear un imperio que hoy domina la región y que conspira en alianza con los diversos islamismos y con Putin, el otro frente de esa rebelión, poniendo en peligro la paz mundial.

De Bush a Obama
Eso que señalaba arriba de la "interioridad" de la cultura de dominación se pone de manifiesto en la opción electoral de los hispanos estadounidenses: habitan una sociedad que no entienden y casi siempre están en desventaja dentro de ella; aspiran a obtener de esa sociedad rica los bienes de que disfrutan los "anglos" y esperan, según los valores de su cultura de origen, que el gobierno se los proporcione. De ahí que un político como Obama cuente con su apoyo, en principio por la mera percepción de que siendo de una "raza" diferente será distinto a los odiados "gringos". Y efectivamente, es distinto: es un claro aliado del régimen cubano y sus satélites, que hoy por hoy expresan más que nadie el tipo de orden social que causa la pobreza de Hispanoamérica y fuerza la emigración. La mayoría de esas personas aprecian la libertad y la prosperidad pero sólo en sus frutos visibles, si por ellos fuera harían de Estados Unidos otra república hispanoamericana.

Mientras que el Imperio británico se forjó en la competencia por la hegemonía con España en los siglos XVI y XVII, y con toda potencia que pudiera hacerse hegemónica en Europa después, Estados Unidos ha sido durante la mayor parte de su historia el país de la utopía: el lugar lejano al que muchos emigraban a construir su arcadia olvidándose de los conflictos del Viejo Mundo. Eso explica la resistencia a tomar parte en las dos guerras mundiales del siglo pasado, la recurrente tentación del aislacionismo y rebeliones como la de los años sesenta para no ir a la Guerra de Vietnam. También el hartazgo que pronto produjo la intervención en Irak durante el gobierno de Bush hijo.

El rechazo a esa intervención, particularmente en Europa, donde el antiamericanismo es tan fuerte como en el Tercer Mundo, y la frivolidad de las masas de la sociedad "posmoderna" favorecieron la propaganda del Partido Demócrata en 2008: la causa de los problemas no era el genocidio de los chiítas por Sadam Husein ni su inevitable alianza con los yihadistas ni su negativa a permitir las inspecciones que certificarían que no tenía armas de destrucción masiva, sino la agresividad de Bush y la falta de estilo de todo lo que representaba: los cristianos, los conservadores, los americanos tradicionales y patriotas, etc. Si en el mundo había hostilidad hacia Estados Unidos era por culpa de Bush, no hacía falta sino mostrarse comprensivos con los demás y llegar a términos de entendimiento.

La prosperidad estadounidense crea una clase de personas frívolas e indolentes que ven la conflictividad externa como algo de lo que sería mejor olvidarse. De ahí que en los estados ricos de las costas el triunfo de los demócratas esté casi siempre asegurado, con Obama además por el apoyo de los negros e hispanos, la mayoría de los cuales también habitan en esos estados. La falacia de la representación de sectores desfavorecidos es la misma del Estado en cualquier otra parte. La región más rica, con enorme diferencia, de Estados Unidos es el Distrito de Columbia, donde el triunfo de Obama en las dos elecciones fue más acusado, con una diferencia aún más llamativa.

Apaciguando, que es gerundio
La solución de Obama a los conflictos exteriores es el apaciguamiento, gracias al cual genera entre sus votantes la sensación de que los problemas menguan, al tiempo que para los negros e hispanos adelanta programas populistas que también le generan votos.

Pero el resultado es otro: dado que se puede agredir a Estados Unidos impunemente, todos los regímenes antiliberales escalan sus agresiones, como ocurre con Irán, que avanza en su programa nuclear al tiempo que conquista Irak, interviene en Siria, Líbano y países del Golfo, se alía con Cuba y Venezuela y proclama sin pudor sus intenciones de destruir a Israel. Lo mismo ocurre con la implantación de dictaduras castristas en varios países sudamericanos, con la carrera armamentista china, su intervención en las más diversas regiones y las amenazas a sus vecinos, con la expansión rusa que lleva a la conquista de amplias regiones en Ucrania y la probable amenaza a otras regiones, incluidas algunas de la Unión Europea (por ejemplo, en Letonia hay una mayoría de población de lengua rusa), con la implantación en Turquía de un régimen islamista que tiene gran influencia en Egipto y otros importantes países de la región...

La política de apaciguamiento de Obama sólo ha multiplicado los problemas, entre los cuales la expansión yihadista (con formidables bases en la zona del Sahel, en Siria e Irak, en Somalia, en Nigeria y en otras regiones y fuerte influencia en Europa) es uno de los más notables. La tradición de los gobiernos demócratas de inhibirse para complacer a su público ya fue lo que hizo posible el genocidio en Camboya (Carter había ganado con los votos de los enemigos de la Guerra de Vietnam y no hizo nada para contener al jemer rojo) y en Ruanda, cuando gobernaba Clinton. Sin que se pueda saber qué pasará antes de que se vaya, es innegable que Obama deja un mundo mucho más peligroso que el que recibió.

Lo que ocurre hoy se podría resumir en una rebelión de la periferia contra Estados Unidos que muy probablemente llevará a conflagraciones terribles que pondrán en peligro a las poblaciones de las naciones democráticas. Si el próximo gobierno estadounidense no intenta una alianza militar estable y resuelta con sus aliados más próximos, sobre todo con los países de habla inglesa de amplia expansión y poderío (Canadá, Australia y Nueva Zelanda, con los que incluso debería buscar una integración nacional), puede que otros lo intenten, bien aliándose, bien si China da un "gran salto adelante" hacia la hegemonía. No se debe olvidar que una causa importante de la ruptura chino-soviética en los años cincuenta fue el interés chino en hacer uso de las armas nucleares recién adquiridas, ni que bajo Deng Xiaoping se intentó exportar tecnología nuclear a países conflictivos ya que una catástrofe de ese tipo habría reforzado el poderío de su país.

La situación mundial actual es la más peligrosa desde la época de la crisis de los misiles en Cuba, pero en lugar de hacer frente a las amenazas Obama adormece a la sociedad con soluciones que sólo multiplican los problemas: el acuerdo nuclear con Irán sólo llevará a que ese país tenga armas atómicas en poco tiempo, el restablecimiento de relaciones con Cuba sólo anima a la dictadura a sentirse legitimada y aun triunfadora, como se vio en la cumbre de Panamá, al tiempo que sencillamente ya se desiste de restaurar la democracia en los demás países del Alba.

Bueno, el apoyo a la "paz" en Colombia forma parte de la misma disposición y tiene el mismo resultado: los terroristas son triunfadores y los crímenes se multiplicarán, da lo mismo que estén en el gobierno, todos los comunistas en el poder han matado a quienes se les oponen. Es verdad que la parte principal del éxito terrorista es la disposición de los colombianos a rendirse y a aprovecharse de la alianza con los victimarios, pero todo eso no sería posible sin el refuerzo estadounidense.

(Publicado en el blog País Bizarro el 7 de mayo de 2015.)

jueves, junio 04, 2015

El nombre de la tragedia colombiana es "uribismo"


Uribe en 2001
En las sociedades en las que se elige a los gobernantes, los políticos siempre intentan convertirse en los "intérpretes de la angustia popular", cosa que corresponde a la lógica del mercado, con empresarios que intentan detectar necesidades insatisfechas. Eso ocurrió con Uribe durante el gobierno de Pastrana, en el que la escalada de crímenes terroristas produjo una fuerte corriente de rechazo.

Tal vez convenga detenerse a comentar ese gobierno, que no fue elegido por la foto con Tirofijo, como a menudo se repite, pues en esa caso se da por obvio que los votantes habrían refrendado el samperismo, con la mayor crisis económica que se recuerda en décadas (que estalló un año antes de las elecciones). Los abusos continuos de los terroristas le generaron un gran desprestigio a Pastrana, a la vez que las dificultades económicas multiplicaban el descontento. Cabe recordar que los mayores críticos del proceso del Caguán al comienzo eran los samperistas, en un ejercicio de oportunismo increíble, pues el terrorismo había ascendido gracias a los narcogobiernos liberales previos. Lo que conviene preguntarse ahora es si la escalada no sería un designio de los Castro y Enrique Santos Calderón, pues lo peor para sus intenciones habría sido que Pastrana tuviera éxito.

La carrera de Uribe hasta entonces estaba marcada por su apoyo a las Convivir cuando fue gobernador de Antioquia, pero antes había sido un político destacado del régimen del 91, compañero de filas de Ernesto Samper (al que incluso defendió cuando el escándalo de los narcocasetes) y promotor de la impunidad para el M-19. Gracias a la firmeza y eficiencia que había mostrado como gobernador, era el político más opcionado para atraer a los descontentos con la orgía de crímenes de las FARC. Al obtener el apoyo de Fernando Londoño, resultó el portavoz de los sectores conservadores menos dispuestos a someterse a las FARC.

Pero ese año el sentimiento de rechazo a los terroristas era generalizado y las aspiraciones de las mayorías eran claras. Lo que interesa razonar es hasta qué punto como líder de esa corriente Uribe la llevó al triunfo o si el resultado fue otro. La incapacidad de la crítica, esa herencia de la Contrarreforma que tanto obsesionaba a Octavio Paz, hace que nadie quiera evaluar eso: si Colombia ahora está en manos de las FARC fue a pesar de la infalible actuación del líder al que todo se le debe. Bueno, además de la aversión a la crítica está el servilismo, la lealtad al superior del que en últimas se espera siempre algún favor.

Morir de éxito
Los resultados del primer gobierno de Uribe fueron sencillamente de ensueño, si bien se debe tener en cuenta que la economía en parte se había saneado en el gobierno de Pastrana (el ministro de Hacienda era Santos) y que en esos años los altos precios de los combustibles generaron muchos ingresos (en el mismo año 2006 en que Uribe fue reelegido, Chávez ganó unas elecciones con un porcentaje de votos parecido). El caso es que todos los indicadores de violencia se redujeron drásticamente, al tiempo que la economía empezó a crecer y el optimismo a hacerse generalizado.

Pero entre la alegría del éxito y el diario forcejeo con los propagandistas del terrorismo se pasó por alto lo principal: que no había ningún partido que representara a la nueva mayoría, ni ningún proyecto de país distinto a seguir haciendo lo mismo, ni ningún distanciamiento respecto al engendro del 91, gracias al cual, por ejemplo, la Corte Constitucional legisló alegremente impidiendo llevar a cabo el plan de gobierno.

Nadie echó de menos nada parecido: todos los de mentalidad conservadora estaban contentos y el entusiasmo con el líder nacional (que había recurrido a la aparición continua en televisión siguiendo el ejemplo de Fujimori y Chávez) no admitía el menor matiz. La idea de cambiar la ley para permitir la reelección sólo molestó a los del bando terrorista, en parte porque la imposibilidad de repetir mandato era una excepción colombiana. Tanto Bush como Lula habían sido reelegidos porque las leyes de sus países lo permitían. Hasta el más exigente se resignó a que el precio de esa continuidad fuera la componenda con los peores clientelistas del legislativo, como la inefable Yidis Medina (un país en el que legisla alguien así podría enviar a un obeso mórbido a correr los cien metros en las Olimpiadas) y, mucho peor, con las logias de políticos profesionales que habían acompañado a los gobiernos de las décadas anteriores, comandadas por Santos.

Cuando titulo que la tragedia es el uribismo no me refiero a Uribe sino a la corriente que lo sigue. Por meritorio que sea un líder, puede equivocarse y tener limitaciones. Pero una sociedad en la que nadie echa de menos un partido centrado en un ideario y un programa coherentes y que dé cuenta de lo que es el país al que pretende dirigir "no está madura para la democracia". Uribe estaba feliz de seguir mandando y su sanedrín de seguir disfrutando de las rentas del poder y hasta de columnas en la prensa de la oligarquía (creo que soy el único que se daba cuenta de que la columna de José Obdulio Gaviria en El Tiempo estaba rodeada de otras cinco de valedores de las FARC). De modo que la buena racha continuaba y el gobierno tenía mayorías en el legislativo, nadie echaba de menos otra cosa. Puede que si alguien hubiera querido corregir las atrocidades de la Constitución, como las alusiones al "delito político", la mayoría no habría sido tan clara.

De ese modo, el segundo periodo de Uribe era la ocasión de recoger los frutos de lo sembrado en el primero, con grandes logros en todos los niveles, incluida la derrota estratégica de las FARC, consumada en la marcha del 4 de febrero de 2008 y en la posterior Operación Jaque. A nadie le pareció preocupante la clase de gente que formaba el gobierno, no sólo como Santos sino como muchos otros ministros de su estilo.

Y previsiblemente no había ningún plan para 2010. En medio de la euforia del triunfo fue apareciendo de lo más aconsejable cambiar otro articulito para permitir la reelección continua. Para eso había que hacer cuantas concesiones hicieran falta a los medios y al partido controlado por Santos. No hubo la menor discusión. Todo lo que significaba el uribismo se pudo ver entonces, con su inclinación al respeto de la ley (que se podía cambiar cada vez que conviniera, con lo que sencillamente dejaba de existir), con su percepción del interés de la comunidad y del país (ante todo el mundo quedaba claro que se trataba de otra dictadura encubierta y legitimada por plebiscitos, como las bolivarianas) y sobre todo con su percepción de lo que podrían hacer las cortes (¿era tan difícil suponer que la Corte Constitucional que había presidido Carlos Gaviria no toleraría la nueva reforma, por no hablar de los recursos bolivarianos fabulosos que tendrían los enemigos de Uribe para persuadir a los magistrados?).

Que Colombia caería en manos de las FARC debió ser claro entonces, pero muchos nos engañamos en la (ahora evidemente absurda) suposición de que Uribe controlaba al partido a cuyos legisladores había hecho elegir en 2006. Cuando empezó la propaganda contra Arias por el artificial escándalo de Agro Ingreso Seguro los "no tan amigos suyos" dentro del uribismo se apresuraron a reconocerla, de modo que afectara al joven ex ministro y no la posible reelección de Uribe.

Le salimos a deber
Tras el cambio de rumbo de Santos y de todos los congresistas elegidos como "uribistas" tampoco hubo el menor reproche a los líderes que habían llevado a semejantes hampones al poder: la clave del uribismo no es su orientación más o menos "guerrerista", más o menos "derechista", sino el culto de la personalidad que llega a niveles grotescos. El uribista no opina de ninguna manera respecto de nada sino que le entrega a Uribe y su séquito esa tarea. Por eso la disposición de Santos de aliarse con las FARC y sus propagandistas de los medios no tuvo ningún rechazo claro porque Uribe no quería enterarse de que había pasado a ser un proscrito para el régimen y que los recursos se dedicarían a perseguirlo.

Así llegaron las elecciones de 2011, mucho más de un año después de la bomba de Caracol (las FARC niegan haberla puesto y, al igual que muchas otras atrocidades, como la bomba contra Vargas Lleras, hay que pensar que es obra de los mismos amigos de Samper y Bejarano que mataron a Álvaro Gómez), y la actitud de Uribe respecto al nuevo rumbo se basó por una parte en conservar buenas relaciones con los legisladores uribistas (participó en la campaña del hijo de Roy Barreras) y aun con el gobierno (en el primer aniversario de la posesión de Santos, Óscar Iván Zuluaga escribió un artículo elogioso sobre el gobierno), y por la otra en tratar de demostrar que era él quien conseguía los votos, cosa en la que de nuevo fracasó.

Dicen que Uribe no podría ser candidato a la Alcaldía de Bogotá porque se expondría a ser perseguido por los sicarios judiciales sin la inmunidad que le da su rango de ex presidente. Tal vez se la habría dado mejor un triunfo rotundo como candidato a alcalde, pero sobre todo por el interés de los colombianos habría convenido que se evitara el ascenso del siniestro Petro. El caso es que el gran líder nacional no tenía un candidato propio al segundo puesto del país y no cuestionaba en nada al gobierno, ya por entonces claramente resuelto a entregar el país a los terroristas

El uribismo nunca ha echado de menos un partido que sabe adónde quiere llegar porque sus seguidores no conocen ni entienden la democracia. Son esa clase de gente que en Chile se enamoró de Pinochet y en Perú de Fujimori. A ninguno le sorprendió ver a Uribe bailando el aserejé con Luis Eduardo Garzón, que participaba en la campaña de Peñalosa para favorecer la candidatura de Petro. A eso había llegado el gran líder. Pero ¿qué importa él? Importa que los uribistas tampoco concibieron que se pudiera haber hecho algo mal. El amor no concibe vacilaciones, todo era perfecto por la lealtad del rebaño al Gran Timonel. Se le salía a deber de todos modos.

No son enemigos de la paz
No es el tema de este escrito analizar lo que hay detrás de la componenda de Santos y los terroristas, pero es evidente que desde mucho antes de 2001 los medios andan dedicados a divulgar la propaganda que conviene a las FARC. El embeleco de llamar "paz" a las "negociaciones de paz" es muy antiguo y nadie se le ha querido enfrentar. Cuando se anunciaron las negociaciones, todos los líderes uribistas las saludaron con entusiasmo, también los seguidores, que hacían de tripas corazón y estaban siempre de parte de su líder. Nunca han tenido ningún reproche que implique suponer que no las aprueban, sólo que buscan mejorarlas, en un claro anhelo de tomar parte en la mesa de La Habana. Eso se combina con el lloriqueo continuo por lo que hace el gobierno, sin que nunca se haya propuesto otra cosa.

Ése fue el drama de las elecciones de 2014, pero como los uribistas son colombianos, es decir, torcidos e infantiles, pretenden que alguien crea que los votantes se enfrentaban al dilema de si aprobaban la revolución educativa que llevaría a Colombia al primer mundo (consistente en crear cupos universitarios para todos), como decía el uribista Sergio Araújo, o continuar con Santos: sencillamente, Zuluaga y Uribe aludían lo menos posible a la paz para no contrariar a los descontentos, sin que en ningún momento propusieran cancelar los diálogos, al contrario. La base del rechazo es otro engaño: la idea de que la negociación debe seguir si las FARC desisten de sus crímenes. El que no quiere premiar a los terroristas sale muy "vivo" aplaudiendo a una negociación en la que unos criminales idiotas se resignan a aceptar lo que les quieran dar, y el que cree en la paz negociada y no quiere aguar la fiesta encuentra muy razonable que se mejore la negociación con ese bálsamo perfecto. ¿Alguien detecta el engaño? En el supuesto de que alguien lo hiciera, sin duda se lo callaría para no crear división (como me dijo esta semana una señora en Twitter).

En cuatro elecciones no hubo ningún candidato entre miles que propusiera desistir de negociar con los terroristas. El que pensara en eso no lo hizo para no perder el aval del partido de Uribe. Es lógico que Santos se sienta legitimado en su monstruosidad, todo rechazo a su infamia se encuentra con la pared firme del uribismo que a toda costa respalda la paz, con los adornos absurdos que haga falta, pero de ninguna manera cuestionando que se negocien las leyes con quienes las violan más que a niñas rústicas y hambrientas.

Angelino Garzón y Robledo
No puede haber más compromiso con la paz que el apoyo del Centro Democrático a la candidatura de Angelino Garzón a la Alcaldía de Cali. Se trata del candidato del partido de Santos, no sólo un dirigente de las FARC con rango superior a Tirofijo (que pertenecía al Comité Central del Partido Comunista pero no al Comité Ejecutivo Central), vicepresidente del partido creado por las FARC y activo representante del castrismo en el primer gobierno de Santos (fue a Cuba como vicepresidente de la república a agradecerle a Fidel Castro su apoyo a la paz en Colombia), sino un defensor manifiesto de la paz. No hay ningún problema: los uribistas serían felices en un régimen como el de Corea del Norte siempre y cuando eso produjera alegría a su amado líder, tal vez con el consuelo de que molestara a Santos.

Más obsceno, si se puede, es el coqueteo continuo con el líder del Polo Democrático Jorge Enrique Robledo, que a toda costa intenta mantener el ambiente de violencia callejera y descontento contra Santos de modo que la extrema izquierda obtenga apoyo popular pala implantar su régimen (el Polo Democrático es el frente de masas del Partido Comunista, que ya puede delegar la tarea en otros mientras avanza en la representación abierta de las FARC).

Así se llegó a la reciente proposición del Senado en que se pide al gobierno reanudar negociaciones con Fecode, propuesta por Robledo y apoyada por cuatro senadores uribistas. Obviamente entre los senadores que la apoyan está Iván Cepeda y todo su partido. En las redes sociales se ve el mismo intento de aplaudir al sindicato de maestros para crearle conflictos al gobierno. ¿Es que no saben qué es Fecode o qué busca el paro de maestros? Con tal de alentar el descontento están dispuestos a aliarse con quien sea y a favorecer a los terroristas, y los únicos que sacan partido de eso son éstos.

Oposición
Cuando se propuso la segunda reelección de Uribe no había en sus seguidores el menor respeto por la democracia. Tampoco lo hay cuando se cede a la negociación de La Habana para no resultar enemigos de la paz. En el medio plazo, empezando por las elecciones de este año, el rechazo a esas negociaciones será el gran derrotado porque no hay nadie que lo exprese en términos políticos. También el uribismo, que se aliará con cuanto hampón del partido de Santos (o sea, uribista, según lo que se decía hace cinco años) haga falta.

La tiranía castrista no se irá de Colombia por las buenas y sin una mayoría que la rechace. La realidad actual es que esa mayoría de 2008 ya no existe, y la minoría que aún se opone carece de otra idea que seguir a Uribe adonde quiera ir. La persecución podría cesar el día que acuda a apoyar a Santos en la firma de la paz, con lo que esa minoría quedará contenta, seguramente soñando con que podrá elegirlo otra vez. A lo mejor le dan algún cargo honorífico.

La democracia necesita empezar aparte. Puede que falte medio siglo para que despierte, lo que no se puede suponer es que la trayectoria del uribismo prometa ser alguna solución.

(Publicado en el blog País Bizarro el 1 de mayo de 2015.)